martes, 23 de marzo de 2010

Contra el acoplarse de Fleur Adcock

Escribo en alabanza del acto solitario:
el no sentir una lengua invasora
forzar la boca, la propia respiración
ahogada, los pezones aplastados contra
el tórax y ese cosquilleo metálico
que induce un nervio singular en la barbilla:

antiplacer. Tan sólo evitar esos ojos ayudaría
ojos como los que alimentan a la joven
que escucha el murmullo vegetal
dentro de sí mientras la mirada de él
agitada frondas de pólipo en el oscuro lecho
de su cuerpo, y a ella la vista se le borra.

Tiene muchas ventajas el abandonar
ese ejercicio que ya no es novedoso,
el no "participar en una
experiencia total", donde se siente una
como la señora de Leeds que vio
ochenta y seis veces The sound of music,

o más bien, quizás, como la maestra del liceo
que dirige Sueño de una noche de verano
el séptimo año consecutivo con el reparto
del cuarto año sección B.
Píramo y Tisbe murieron pero el hueco en la pared aún molesta.

Les aconsejo, entonces, adoptarlo sin estorbos.
No hace falta poner la escena,
vestirse(o desvestirse), hacer discursos.
Bastan cinco minutos de soledad,
en la bañera o para llenar ese vacío
entre los periódicos del domingo y el almuerzo.


Fleur Adcock

1 comentario:

jens peter jensen silva dijo...

yo también alabo el acto solitario, mi vida artística es una constante búsqueda de la soledad y de sus actos derivados.
Y qué placer insuficiente, pero placer, escribir cosas así. ¿?